Debatimos el otro día en clase acerca de
la utilidad o valor de la Ética, y quisiera dejaros algunas ideas que no pude tratar y argumentar con calma con vosotros. Os animo a que participéis y hagáis lo mismo en la próxima clase o en los comentarios de esta entrada.
¿Es
importante ser buenos? ¿No suenan en la actualidad mucho valores
morales, como la “virtud”, o el “bien”, como mera idealización
religiosa? ¿No aparecen en otras ocasiones estos valores como una
cuestión de “carácter”, que no de aprendizaje? ¿No recoge el Diccionario
de la Real Académica el sentido de persona “buena” como “por lo común
irónicamente, de la persona simple, bonachona o chocante”? Ya había
advertido el filósofo alemán F. Nietzsche acerca de la inversión de
valores producida en nuestra moral judeocristiana, para la que el
“bueno” se convertía en el débil, el que sufre (y con ello, junto a la
bienaventuranza divina, recibe la moral del resentimiento, enfrentada a
los valores más vitales).
En la
época griega, el pensamiento, la filosofía, se entendía como una forma
de ascesis, de moldear la propia existencia. En la democracia ateniense
la reflexión ético-política ocupaba un lugar esencial. Así creemos que
debería ser en cualquier sociedad democrática, basada en el diálogo y el
debate entre ciudadanos. Pero, en la actualidad, la ética, como ha
señalado
Peter Singer (
Ética práctica, 2003), se suele considerar como
“un sistema ideal noble en teoría, pero sin valor en la práctica”, como
algo inteligible sólo en el contexto de alguna religión, como “un
sistema de molestas prohibiciones puritanas, fundamentalmente diseñadas
para evitar que las personas se diviertan”, o lo que es peor como una
cuestión relativa o subjetiva, lo que niega la posibilidad del
razonamiento ético, la posibilidad de afirmar, desde el punto de vista
de la razón, que no es cualquier juicio ético tan válido como otro.
Un
reflejo de lo anterior es el papel de la ética en la educación, colocada como
alternativa a la religión o arrinconada en el último curso de la
enseñanza obligatoria. Por no hablar de la polémica creada en torno a la
asignatura de Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, cuyo
contenido se desgaja del tradicional temario de la asignatura de Ética,
con lo que se permite tanto al gobierno como a los sectores más
reaccionarios, enredar estas materias en el debate sobre el derecho de
las familias, o del Estado, a formar o educar en ciertos valores a los
jóvenes (cuando de lo que se trata es de permitir un espacio para el
debate racional y crítico de los valores y problemas morales
contemporáneos).
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